CEREZO GALÁN, PEDRO
En contra de lo que suele creerse con buena o mala fe, el diálogo no es una negociación de ajuste de intereses ni un convenio social o político de ocasión. Tampoco un ejercicio de comunicación trivial o de intercambio de noticias, ni siquiera una conversación estimulante, que es ya mucho en una época de información plana e inabarcable, cuando no trucada ideológicamente o distorsionada por la propaganda. Pertenece al orden de la razón discursiva o argumentativa, tan raro y excepcional en un tiempo en que el mundo vital, sobre el que se habla, es cada vez menos apalabrado, menos com-partido. Este ensayo es una prueba de las exigencias intelectuales y morales que comporta la actitud dialógica. A Sócrates le debemos la lección inmarcesible de que el diálogo es, conjuntamente, el estilo propio del pensamiento y la forma de vida de la ciudad. Todas las disposiciones racionales han ido madurando en el pneuma de la palabra compartida, como el aire que se respira en común. Y esta finalidad del acuerdo intersubjetivo, cada vez renaciente, constituye el presupuesto inexcusable de una vida humana con sentido. Si este